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Tardes de siesta

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Como varios 24 de diciembre, el 31 era un día de dormir la siesta. Santiago y Tomi llevaban un  colchón al cuarto de Victoria, se acostaban los tres atravesados en los dos colchones. Ponían todo bien oscuro y era de rigor prender el ventilador a máxima velocidad y taparse con una frazada. No querían prender el aire acondicionado ni desechar la frazada si hacía mucho calor. Así era el ritual, ya que según aseguraban, el ruido del ventilador los ayudaba a que llegara el sueño. Después de un par de horas de siesta para llegar sin esfuerzo a las doce de la noche, empezaba el operativo de bañarse y vestirse para llegar impecables a la hora de la comida. En sus bolsillos nunca faltaba una pelota marrón del tamaño de las de metegol. Era un bodoque áspero que tiraban al piso una y otra vez para que estallara dando un chispazo como pequeños cohetes instantáneos sin fuego. Y la tiraban, y la juntaban, y la volvían a estrellar con fuerza contra el piso. Creo que el envase prometía 100 estall