Tardes de siesta
Como varios 24 de diciembre, el 31 era un día de dormir la
siesta. Santiago y Tomi llevaban un colchón al cuarto de Victoria, se acostaban los
tres atravesados en los dos colchones. Ponían todo bien oscuro y era de rigor
prender el ventilador a máxima velocidad y taparse con una frazada. No querían
prender el aire acondicionado ni desechar la frazada si hacía mucho calor. Así
era el ritual, ya que según aseguraban, el ruido del ventilador los ayudaba a que
llegara el sueño.
Después de un par de horas de siesta para llegar sin
esfuerzo a las doce de la noche, empezaba el operativo de bañarse y vestirse
para llegar impecables a la hora de la comida. En sus bolsillos nunca faltaba
una pelota marrón del tamaño de las de metegol. Era un bodoque áspero que
tiraban al piso una y otra vez para que estallara dando un chispazo como pequeños
cohetes instantáneos sin fuego. Y la tiraban, y la juntaban, y la volvían a
estrellar con fuerza contra el piso. Creo que el envase prometía 100
estallidos, pero se terminaban antes, cuando no sucedía que un tiro demasiado
vehemente hacía partir en dos a la esfera de los ruidos.
Cuando termanaban los estallidos de la pelota se abrían las
cajitas de Chasquibun. Cada una traían unos 30 micro paquetitos envueltos en
papel blanco y rodeados de aserrín. Se arrojaban contra el suelo y hacían un
estruendo importante, dado el diminuto tamaño del proyectil. Y lo más divertido
era el “premio”: cada caja traía un regalo que podía ser una calavera
fosforescente y luminosa que sería de llavero, o algún insecto de plástico de gran
realismo con el que se podían asustar a las abuelas.
En aquellos tiempos, hace más de 10 años, ellos ya no
querían usar las estrellitas porque eran de “bebés” o cosa de mujeres. Pero todavía
recuerdo el placer de sus primeros años de pirotecnia infantil, cuando movían
extasiados esas varitas rosadas y flameantes
haciendo dibujos en el aire en la
oscuridad de la Nochebuena o el año recién nacido.
Pasaron tantos años… hoy ellos están festejando por su
cuenta en otros lugares. La noche de Año Nuevo dejó de ser un encuentro
familiar, y aunque en este último día del año no se hacen regalos, porque ya
nos los hicimos junto al arbolito el 24, no quiero terminar este 2014 sin darles algo. Elegí escribirles
este texto que tiene un montón de recuerdos. Seguramente, les arrancará una
sonrisa llena de melancolía, pero también la certeza de que tuvieron una
infancia muy feliz.
Feliz 2015, que llegue lleno de proyectos, felicidad, buenas
oportunidades, salud, amor, en síntesis, lo mejor. Los quiero hasta el
infinito, y más alláaaaaaaa.
Mamá.
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