Un postre de Año Nuevo
Mi abuela no sabía
cocinar; los ingredientes que más conocía eran el rimmel, la sombra compacta, la base y el delineador líquido para
ojos. De todos modos, cuando llegaban las fiestas de fin de año ponía empeño y
preparaba un postre. Era una de las cuatro recetas que sabía, y la verdad es que le salía muy bien.
Antes de que se
conociera el tiramisú en nuestro país, en las casas de inmigrantes italianos se
preparaba el “postre de vainillas”. Es bastante parecido, aunque en lugar de
mascarpone lleva bastante manteca y la cubierta llena de nueces picadas.
Antes de empezar con
el ritual de cocina, mi abuela ponía un mantel blanco en la mesa del comedor, y
disponía todos los utensilios de cocina como seguramente hacía cuando estaba en
el quirófano: dos espátulas, una cuchara de madera, una cuchara de té y otra de
sopa, un cuchillo, un gran batidor de alambre y otro pequeño. Todo
perfectamente ordenado de menor a mayor.
Cuando había puesto el
último cubierto alineaba los ingredientes. Y recién ahí echaba una taza de azúcar
en un bowl de vidrio; tomaba un huevo,
lo golpeaba ligeramente contra el borde del bowl y hundía los dedos en la
frágil cáscara blanca hasta abrirla en dos. Con movimientos rápidos pasaba de
una mitad a otra el contenido del huevo, hasta que la clara gelatinosa se
deslizaba mágicamente dentro de un recipiente de acero que la esperaba debajo. Repetía
este procedimiento hasta vaciar la pequeña caja de cartón lila de 6 huevos, mientras
juntaba por otro lado las yemas con el azúcar.
Luego tomaba el pequeño
batidor de alambre y revolvía hasta formar una mezcla espesa color amarillo pálido;
le agregaba una torre de cuadraditos de manteca, oporto, esencia de vainilla y café.
Dejaba esta preparación a un costado, y con el gran batidor de alambre revolvía
enérgicamente las claras gelatinosas. Recuerdo cómo me gustaba escuchar el sonido rítmico de los alambres cuando
golpeteaban contra el metal del recipiente. Enseguida se empezaba a formar una
espuma que se hacía cada vez más alta, más blanca y más espesa El punto “nieve”
estaba listo cuando ella invertía el molde y las claras no se caían, sino que
se quedaban aferradas como si estuvieran pegadas.
Un día se apresuró y equivocó
con el punto de batido, y la espuma se volcó íntegra sobre la mesa. Juntó todo
entre suspiros, lo tiró a la basura… y comenzó de nuevo con su ritual de abrir otra
media docena de huevos. Yo la miraba asustada, y también un poco tentada, pero sabía
que estaba prohibido reírse en ese momento tan trágico.
Las veces que todo
salía bien y la espuma no aterrizaba en medio del mantel, la unía con la crema amarilla
ayudándose con una espátula. Luego
preparaba dos fuentes de vidrio: una grande, rectangular para ella, y otra
cuadrada, chiquita, para mí. En esta yo preparaba
mi pequeño postre, en el que cabían exactamente cuatro vainillas alineadas.
Entonces cada una comenzaba con el armado: una capa de vainillas mojadas en café,
una capa de crema de manteca. Una segunda capa de vainillas, otra capa de
crema, hasta completar todo el molde.
La última capa era
siempre de crema de manteca, que espolvoreábamos con una lluvia de nueces
picadas y ralladura de chocolate. Después guardábamos nuestros postres en la
heladera con gran cuidado, y juntábamos las herramientas de trabajo, y con una
expresión satisfecha, lavábamos todo en la cocina, orgullosas de nuestras dotes
de cocinera y cocinerita.
Receta (parecida) al postre de vainillas y café de mi abuela Angélica
Ingredientes
1. 300 gramos de manteca
2. 250 gramos de azúcar
3. 2 yemas y 2 claras a nieve
4. 2 tazas de café bien cargado
5. 1 cucharadita de esencia de vainilla
6. 2 paquetes de vainillas
7. ½ pocillo de oporto
8. 1 pocillo de licor de café (Tía María)
9. Nueces picadas y chocolate rallado para decorar
+*
Batir la
manteca con el azúcar hasta que esté bien cremosa. Incorporar las 2 yemas y batir bien. Perfumar con la esencia
de vainilla y el oporto y agregar las claras batidas a nieve con una pizca de
sal.
* Mojar
las vainillas en el café frío mezclado con licor de café y disponer en una
fuente rectangular. Cubrir con una capa de la crema de café, luego con otra de vainillas
y así hasta terminar con una capa de crema. Decorar con las nueces y el
chocolate y dejar al frío al menos por 6 horas.
* Si lo
querés hacer más liviano, reemplazá la manteca por Casancrem azul, o cualquier queso crema que no sea muy ácido.
Y si lo querés más consistente, le podés agregar a la crema de café un
sobrecito de gelatina sin sabor bien disuelto en medio pocillo de agua
caliente.
me encantó, muy tierno tu cuento.
ResponderEliminarGracias Mercedes, fue tal cual. Te deseo un gran 2016!
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