Mi primera pool-party
Cuando yo era chica, ir a pasar la tarde a la pileta de
algún amigo se llamaba “ir a pasar la tarde a la pileta de algún amigo” (o
amiga). Todo empezaba a media mañana, y al llegar nos acomodábamos
en una reposara o lonita. Ahí nomás empezaba el ritual de embadurnarnos con
Rayito de Sol, un bronceador que venía en un pomo de aluminio pintado de naranja
y verde que se compraba en las perfumerías Ivonne. Era una crema espesa que salía
del envase en choricitos como si fuera un dentífrico marrón, y te dejaba un
color fantástico sin rostizarte, ya que
tenía un efectivo filtro solar.
Después de tomar sol un buen rato, comíamos algo liviano. Y mientras escuchábamos un cassette tras otro en un aparato reproductor tan
grande como un bebé elefante, tomábamos Coca Cola, fumábamos Marlboro y
pasábamos una tarde genial.
El tiempo pasa y algunas cosas
cambiaron mucho. Y lo que antes era ir a pasar la tarde a la pileta de algún
amigo… se convirtió en “pool party”. Hace poco tuve mi primera experiencia en
casa, esta vez no como la adolescente del Rayito de Sol sino como la mamá de un
hijo veinteañero que decidió festejar así su cumpleaños. Fue un sábado de
noviembre, aunque el día anterior ya habían empezado a traer las bebidas:
varios packs de botellas de Coca Cola y cajas de jugo de naranja. ¡Y unas 300
latas de cerveza, Fernet, Speed, vodka, Campari, Cynar y Martini!
El día “D”
resultó lleno de sol y calor, y a eso de las 11 empezaron a llegar los primeros
invitados con varios tachos de plástico donde metieron hielo y las primeras
latas de cerveza. Al ratito ya estaban abriendo las primeras, con ese clásico
“snatch” que escucharía infinitas veces durante el resto de la tarde y la
noche. Al rato llegó una camioneta con un castillo inflable, que regaron con agua
y detergente de la cocina para convertirlo en un deslizador jabonoso donde se
morían de risa con cada revolcón. También instalaron un futbol tenis en el
pasto, colgaron banderines multicolores y cuando llegó “el hermano del Bocha”,
empezó la música que salía de unos parlantes gigantes. No sé cómo pero también
llegó a mi casa un cartel de Personal, que se deben haber robado de algún
evento, que le daba a la reunión un aspecto más mundano, ya que hasta parecía
que tenían un sponsor.
Como todas las madres, que nos preocupamos de que los
chicos no salgan sin un buzo porque hace frío… empecé a preguntar por la
comida. Pero no estaba prevista, y me imaginé decenas de chicos tomando cerveza
y Fernet con el estómago vacío y vomitando entre mis plantas. Y aunque sé que
no tenía que hacerlo ni meterme, me fui a comprar unos combos de panchos y
hamburguesas para que al menos tuvieran algo más que alcohol en la panza. Pensé
que así evitaría males mayores, descomposturas y malos momentos que empañarían
la jornada. Recién ayer, hablando del tema, me dijeron algo así como: “en las
pool party, no hay comida, mamá”. A pesar de este postulado, cuando llegaron los panchos y los devoraron
con entusiasmo y sin protestar.
Las horas fueron pasando y a medida que seguían
llegando los invitados, las risas eran más sonoras al igual que la música y el “snatch,
snatch”. Chicas a la vista no había,
salvo dos que conversaban en un costado tiradas en unas reposeras. A eso de las
4 o 5 llegaron “ellas”, y empezó la verdadera fiesta. La música subió el
volumen, la mesa larga que oficiaba de barra estaba a pleno y había dos o tres
barman improvisados. Para que nadie cruzara a la zona roja donde estaban las
botellas, pusieron unas cintas plásticas coloradas con la inscripción “NO PASAR”,
de esas que usan en las obras para impedir el acceso a los transeúntes.
El
estímulo, el alcohol, el vértigo, la música y la excitación iban in crescendo, y a
medida que fue bajando el sol también se llenó el jardín. Había decenas de chicos y
chicas bailando animadamente, todos con su latita o su vaso de plástico en
mano. Corrían, gritaban, se reían, y si bien era un “descontrol controlado”, cada tanto hacía la "ronda del sargento García" (con algo menos de panza y bigote) para ver si había algún problema. Pero uno de los chicos tuvo la mala suerte de pisar el vidrio
roto de una botella y se hizo un gran corte en el pie. Entró a la casa, que en
principio estaba vedada para todos según había aclarado el anfitrión y en el
camino al baño fue dejando botones de sangre a lo largo del living. Cuando lo
encontré traté de frenar la hemorragia con agua oxigenada y gasa y una de
las chicas lo llevó a la guardia del hospital cercano para que lo atendieran.
Gracias a Dios, esa fue
la mayor complicación del día “P”. En un momento de la noche uno de los “ingenieros de luz
y sonido” se trepó al techo y puso unos focos con leds que iluminaban la pileta
con destellos multicolores; era una verdadera fiesta, y me sorprendió lo bien
que se organizan cuando quieren. Cerca de las 21 un voluntario prendió la
parrilla y empezaron a circular las hamburguesas que todos aceptaban con
alegría. Aunque en las pool party… no haya comida.
Y así, entre caras risueñas, algunos caminaban dando vueltas como trompo, otros se abrazaban y se hacían la clásica declaración de los borrachos: “te quiero mucho”. Por suerte, el festejo terminó, paró la música y los autos que rodeaban la manzana se fueron yendo. Aunque dejaron las inmediaciones llenas de latitas de cerveza, vasos, y chapitas del “snatch”. Con la promesa de limpiar todo al día siguiente, mi hijo, su novia y un amigo se fueron a dormir. Cuando me levanté al día siguiente fui a inspeccionar el campo de batalla: había miles de vasos, cajas de cigarrillos, latas, panes de hamburguesa aplastados contra los adoquines, colillas, chicles, parvas de botellas vacías, y bastante pegote y barro en el piso de la galería. Ni bien se levantaron, los sobrevivientes juntaron todos los restos en una carretilla y empezaron el operativo limpieza.
Y así, entre caras risueñas, algunos caminaban dando vueltas como trompo, otros se abrazaban y se hacían la clásica declaración de los borrachos: “te quiero mucho”. Por suerte, el festejo terminó, paró la música y los autos que rodeaban la manzana se fueron yendo. Aunque dejaron las inmediaciones llenas de latitas de cerveza, vasos, y chapitas del “snatch”. Con la promesa de limpiar todo al día siguiente, mi hijo, su novia y un amigo se fueron a dormir. Cuando me levanté al día siguiente fui a inspeccionar el campo de batalla: había miles de vasos, cajas de cigarrillos, latas, panes de hamburguesa aplastados contra los adoquines, colillas, chicles, parvas de botellas vacías, y bastante pegote y barro en el piso de la galería. Ni bien se levantaron, los sobrevivientes juntaron todos los restos en una carretilla y empezaron el operativo limpieza.
Debo reconocer que todo quedó bastante bien y salió mejor de
lo que esperaba, aunque más de una pool party por año prometo no permitir que
se festeje en casa. Todavía no creció de nuevo el pasto, aun tengo los enormes
parlantes alquilados en la galería, siguen los flecos de la cinta de “NO PASAR”
y el cartel de Personal que ya pasó a formar parte del jardín. Allá arriba, en
el borde de la rama de un árbol, una latita de cerveza reposa vacía el sueño de
los justos. Hasta que alguien se digne a traer una escalera y bajarla para
tirar a la basura.
Último momento: acaba de llegar una citación del Tribunal de
Disciplina del Club, por quejas de los vecinos. El cargo: ruidos molestos,
autos mal estacionados y jóvenes ebrios circulando por las calles y haciendo desmanes. (Ya me
parecía raro que todo fuera tan perfecto. Continuará.)
Excelente descripción. Tan bien lograda, que deja aflorar el enorme placer, de ver a tu hijo con tantos amigos pasándola tan bien. Incluso, más allá de tu comentario, el ruido, el cesped, la citacion, etc. quedó clarisimo, un intimo: Repitanlo cuando quieran!!!
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