Leyes de tránsito


Escribo esto desde Ushuaia, mientras miro nevar desde la ventana. ¡Qué lindo es tomarse unos días de vacaciones! Me gusta llegar y ocupar los placares y cajones vacíos, o disponer todo el arsenal de cosmética y perfumería en los estantes del baño.

Estamos con un grupo de amigos, lo que hace que todo sea bullicioso y divertido. Las cenas son dignas del canal Gourmet: panes tibios (muchos) untados con pastitas sutiles y gustosas. Vinos requete ricos (muchos) que te impiden rechazar el refill de la copa. Entrada, plato, postre, café, masitas (muchas). A todo decimos que sí, para volver rodando hacia el hotel, con la panza llena y el corazón contento. Y así durante un par de noches. Todo fantástico, ¡qué geniales que son las vacaciones! (¿ya lo dije, no?).

Pero ellos, los hombres, cada mañana parten con su libro, revista o diario, a reflexionar mientras alivianan sus tripas, su organismo, su conciencia. ¿Nosotras? Miramos la tele y hojeamos la revistita, esperando inútilmente el llamado de la naturaleza. Lamentando una y mil veces haber ordenado esos fettuccini a los cuatro quesos. Es que los hombres no extrañan ni su cama, ni su almohada ni su baño. Para nosotras, en cambio, la geografìa incide directamente sobre nuestras hábitos más íntimos. Y ese lugar que nos es tan ajeno, no propicia para nada la liberación de la mente, entre otras cosas.

Después de todo un día de ski o excursiones, ¡otra vez tenemos hambre! Y el programa es ir a aquel restaurante de los mariscos imperdibles. Pero hoy elegimos de la panera los bollitos integrales, por eso de la fibra. ¿La pastita para untar tiene queso? Pasamos. ¿El vino estriñe? Por las dudas, agua mineral.

El mozo recomienda el risotto di mare, especialidad de la casa. Todos al unísono dicen "yo quiero eso". Nosotras reaccionamos como si estuvieran hablando del hijo de Bin Laden y Yiya Murano. Y elegimos el salmón grillé con vegetales ídem: mucha fibra. De postre, ensalada de frutas: más fibra. Y así rumbeamos a dormir, casi deslizándonos por la calle con suavidad, con la conciencia tranquila y el interior fibroso. Los demás van pesadamente calle abajo, contentos y ensayando cantitos de cancha.

Las noches se suceden más o menos parecidas, aunque variando el menú: hoy cordero, mañana merluza negra, pasado cazuela de centolla. Más los panes, los vinos, las masitas. Pero nosotras, ¡meta fibra! Tanto que ya estamos a punto de engullirnos los individuales de bambú, a ver si ayuda.

Y llega el momento feliz en que el cosmos resuelve favorecer a nuestros intestinos. El tránsito lento, hasta hoy paralizado por una serie de piquetes gastronómicos, decide comenzar a circular. Al cuarto día de “Atrapados, sin salida”, algo pasa. ¡Aleluya, hemos derrotado al enemigo!

Pero ¿es que en estos días habremos mutado en cabras? ¿En "eso" se convirtió todo lo que comimos? Y bueno, peor es nada. Y con gran satisfacción y calma espiritual (e intestinal), volvemos a pensar en los pancitos de la otra cuadra. Eso de la levedad del ser, es sin duda algo muy bueno; Kundera no entendía nada sobre leyes de tránsito.

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