Cara de bolú

"que los cuuuuumplas, que los cuuuumplas, que los cuuuumplas feeeeeliiiiiiiiz!"

Ricardo sopló fuerte la dos velas celestes y su familia y amigos lo llenaron de besos y aplausos. Más tarde, mientras ayudaba a su muer a acomodar las últimas copas en el aparador, se dio cuenta de que necesitaba estar un rato solo, para pensar. Besó a su mujer y le avisó que se iba a fumar un cigarrillo al balcón, ya que la noche estaba preciosa.

¡Sesenta años, que lo reparió! Se había convertido en un sexagenario, como dicen en los noticieros. Que rima con dinosaurio y obituario. Por primera vez en su vida se sintió viejo, pero viejo de adentro. Físicamente estaba bien, su familia y su trabajo marchaban sin problemas. Carla, su segunda mujer, era una buena compañera: sus dos hijos se habían casado con buenas chicas, agradables y simpáticas. Todavía no le habían dado nietos, pero ya llegarían.

No toleraba lo de sexagenario, porque estaba orgulloso de sus dotes de "galán maduro". Recordó a Laura, la secretaria del estudio de un amigo: unos 45 años, divorciada, de caderas rotundas, pechera apretadita y tentadora como cajón de frutillas. Cada vez que iba a ver a Jorge le divertía ver cómo ella buscaba hacerse notar. "psé... todavía este dinosaurio tiene las garras afiladas", pensó entre divertido y conforme, mientras jugaba con el humo del cigarrillo.

Pero no era un tema de verse gastado como hombre sino que sentía que se le había pasado la vida y todavía tenían tantos sueños por cumplir... El sábado siguiente caminó treinta cuadras hasta la estación Colegiales, hasta aquél terrenito que conocía tan bien, el de la calesita donde había llevado a sus hijos durante tanto tiempo. El lugar estaba casi igual, el espacio contenido entre dos medianeras, la casilla de madera y los dibujos en las paredes. Ya no estaban Hijitus, Anteojito y Petete; ahora había un Mickey anoréxico , un pato Donald bastante bien logrado y algunos otros personajes de Disney.

Estiró el cuello buscando al tano, y se acercó a la casilla. "¿Está Salvatore?", preguntó.
- Salvatore era mi viejo, respondió un hombre desde adentro. Murió el año pasado. Cáncer.
- Lo lamento mucho, che. Era joven, comentó Ricardo. Yo venía acá a traer a mis hijos cuando eran chicos. Creo que vos no habías nacido todavía.
- Bueno, le doy la bienvenida, en nombre de mi viejo que ya no está. Y en el mío también. ¿En qué lo puedo ayudar?
- Esteeee, ¿no me vendés una vuelta... para mí?, preguntó Ricardo casi en un susurro.
- La casa invita. Suba nomás.

Ricardo se trepó a la calesita con cierta vergüenza. Solo había tres chicos en unos autitos. Empezó la vuelta con unas estrofas de Xuxa "es la hora es la hora, es la hora de bailar". Y mientras tanto el sexagenario, el obituario, el dinosaurio  se sentía nuevamente chico, divertido mientras daba vueltas semisentado en la cola de un avioncito de madera.

En un banco, a un costado, dos mucamas veinteañeras esperaban mientras sus "patroncitos" giraban una y otra vez adentro de los pequeños autos. Mientras tanto chateaban con sus celulares, se reían y cuchicheaban. "Para mí que está loco, se está riendo, mirá qué cara de bolú..."

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