Desde arriba



La sala solo tenía algunos apliques encendidos, que dejaban ver torres de butacas de terciopelo morado. Habían sido removidas del piso y ahora estaban amontonadas en un costado, contra las paredes. Los palcos estaban en penumbra, aunque se podía adivinar también un juntadero de sillas apiladas. ¡El escenario sí que estaba iluminado a pleno!  Y realzaba los pliegues del inmenso telón borravino, sostenido a cada lado por sogas doradas, rematadas con borlas de seda al tono.

Mientras subía a la plataforma por una escalerita central, ella no pudo evitar sentirse -solo por un instante- una estrella de Hollywood en busca de su Oscar. Sonrió y se puso a pensar cuál sería su discurso de agradecimiento, cómo sería su vestido y cómo se vería todo ese gran público desde las tablas.  Pero la voz del muchacho de la inmobiliaria la volvió a la realidad.


-         "Hay otro interesado, pero la empresa cree que sería bueno poner acá una librería para proteger el edificio. Las molduras, los óleos del cielorraso, los balcones de los palcos...son trabajos artesanales que ya no se hacen. Y el edificio parece que lo quieren declarar monumento histórico, así que no sería ético alquilarlo para conciertos de rock. Al segundo show seguro que algún desubicado se sube a un palco y rompe todo. O se cuelga del telón y le arranca un pedazo…"

Mientras el empleado seguía con su discurso ella se puso a curiosear detrás de las bambalinas. Nunca había vuelto a caminar por la “parte de atrás” de un cine teatro, desde aquellos actos escolares en el “25 de Mayo” de la calle Triunvirato, en Villa Urquiza. Mientras esperaban que los chicos de otros grados hicieran sus representaciones, los de segundo habían recorrido el escenario de punta a punta por detrás del cortinado. Hasta que finalmente les llegó el turno y quedaron frente al público para cantar “Old McDonald had a farm”, disfrazados de pollitos, vacas, cerdos y conejos.

El recuerdo de esa foto suya disfrazada de chanchito rosado la hizo sonreír, hasta que su pie se topó con una paloma muerta apoyada contra un rollo de gruesas sogas. El hallazgo la trajo de vuelta a la realidad u una sensación de asco e impresión empañó la fascinación por el lugar. 

Impresionada, volvió al escenario, y caminó hasta el borde. La sala semi oscura se abría al frente:  la planta vacía sin butacas era inmensa, los tres pisos de palcos acotaban aquél  recinto majestuoso. Un poco más arriba, el cielorraso circular rodeado de tenues luces amarillentas realzaba las pinturas de figuras femeninas rodeadas de ángeles.. De nuevo se puso a pensar cómo sonarían los aplausos desde ahí arriba. Cómo se sentiría las actrices y los actores al recibir el reconocimiento del público.

La charla del empleado, que seguía conversando animadamente con su ex marido, la sacó del ensueño. Ya estaban ultimando los detalles del contrato de alquiler, en principio por 5 años, con derecho a renovar. Solo faltaba una última recorrida por el sótano y la sala de máquinas. Antes de bajar, y mientras los hombres se dirigían a la escalera de servicio, ella miró una vez más hacia los palcos superiores. Y no pudo evitar extender  los brazos (total nadie la veía); hizo un reverencia como las que vio hacer tantas veces a las actrices de Hollywood en la teles. Sonrió y dijo en voz muy baja: “gracias a todos, muchas gracias”.  


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