La receta mágica de mi abuela Piti
Tuve una época "blue", en la que estaba siempre triste. Me levantaba sin energía y con
tal desgano, que solo acordarme ahora me hace sentir lástima de aquella que fui. Un día no pude aguantar más, y en un intento de iluminar esa etapa tan gris, recurrí
a una receta de mi abuela. Ella tomaba un vaso de agua tibia cada mañana
con una cucharadita de miel “para reactivar el organismo y cargarse de energía”,
según decía.
Ni bien me levantaba preparaba la bebida mágica que tomaba
de a sorbitos, mientras miraba por la ventana de la cocina a una virgen de
cemento blanco que compré alguna vez para sentir que protegía la casa. Si bien
no soy de las personas más creyentes, a veces le hablo, le pido, le comento y
le agradezco cosas. Y en esa etapa en la que veía todo mal, le rogaba que
hiciera que el brebaje mágico de mi abuela funcionara y me trajera alegría. Y aunque suena surrealista, cada sorbo me
parecía un bálsamo que de a poco iba llenando mi cuerpo de algo bueno, que
mejoraba mi día, aunque fuera por un rato.
Yo creo mucho en el poder de la convicción, aunque mi psicoanalista se muera de risa de esas teorías del “tú puedes”. Pero no
solo a mí me dan resultado las recetas mágicas. Tengo una muy buena amiga
abogada, especialista en detectar las trampas de la letra chica de los
contratos. Y si bien jamás se le escapan los términos engañosos en su trabajo, a
veces en su vida personal parece pasarlos por alto, o mirar con algo de
indulgencia.
Para fin de año la habían invitado a una fiesta
especial y quería estar espléndida, y aunque tenía el vestido ideal, había
subido un par de kilos y no le quedaba del todo bien. Entonces recordó unas
pastillas que vendían en un programa de televisión: unos comprimidos de garcinia
cambogia y centella asiática que tenían el poder de hacer bajar de peso en
forma casi mágica.
Con ella muchas veces nos habíamos burlado de esos anuncios
de productos maravillosos, con tantas bondades que sería imperdonable no
aprovecharlos. Como mi trabajo me lleva a leer sobre la variedad de productos y
métodos para adelgazar, me llamó para consultarme si estos comprimidos me
parecían efectivos. Le volví a decir lo que ya sabía: que hasta ahora la
ciencia no ha descubierto ese producto natural capaz de eliminar la grasa. De
otro modo, los países no convivirían con los problemas terribles que tienen con la
obesidad de la población y lo caro que les cuesta.
Volvimos a hablar sobre lo engañoso de los avisos
publicitarios, la famosa letra chica y las etiquetas de los envases. Y
coincidimos en que en ellas nunca falta la indicación de que el producto ayuda
a bajar de peso… ¡si se acompañaba con dieta y ejercicio! Pero como ella estaba
decidida a tomarlas, le dije lo que quería escuchar: si creía que le iban a
servir, así sería. El pasaporte al paraíso de la delgadez consistía en dos
frascos que entregaban a domicilio en el
día, y prometía cambios increíbles por
el equivalente a $80 dólares.
La promoción del elixir capaz de vencer el sobrepeso
es cosa de todos los días, y le causó una visita a los tribunales al famoso cardiólogo
Memeth Oz. En 2014 fue acusado de fraude por un grupo de senadores que adujeron que desde
su programa televisivo promovía el consumo de productos y métodos milagrosos
para bajar de peso sin fundamento científico. En su defensa, Oz afirmó que
no alcanza con decir "hay que
comer menos y moverse más", por eso estas sustancias son una herramienta a
corto plazo que ayudan a que la gente se aferre más a sus programas para bajar
de peso.
La teoría de Oz, y también lo que le dije a mi
amiga, es que tomar estos productos sirve como incentivo, ya que el que lo
consume quiere creer que le va a hacer efecto. Y deposita tal cuota de
esperanza que hasta intenta complementar la toma con dieta y ejercicio para
potenciar su efecto, algo que no haría en otras circunstancias. Los resultados
son obvios: la dieta y el ejercicio hacen lo suyo en el metabolismo, como la píldora
en la mente del usuario. Por eso sirve.
Por eso los productos milagrosos del doctor Oz, las
pastillas mágicas de mi amiga abogada o la receta de mi abuela demuestran que
todo sirve si lo creemos. El poder de nuestra mente es tal que
muchas veces puede ser el remedio más efectivo, ya sea para bajar de peso,
conseguir un trabajo, tener piernas más bonitas, quedar embarazada… o
simplemente ser un poco más feliz.
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