El regalo de Hernán Oliva
La noticia triste se difundió
en todos los noticieros este 2 de abril: murió el mítico saxofonista “Gato” Barbieri, creador -entre otros temas inolvidables- de “Europa”, esa obra que desborda pasión y
erotismo. Barbieri fue uno de los exponentes del jazz argentino, y ya acompaña entre
las nubes a otras bestias musicales como el “Mono” Villegas, Lalo Shiffrin, “Fats”
Fernández y Hernán Oliva.
Justamente de
Hernán Oliva quiero contar una historia que ocurrió hace casi 30 años. Yo
estudiaba arquitectura de noche, y había organizado ir a comer con mi papá por
San Telmo, a la salida de la facultad. Un compañero mío que se acababa de
divorciar estaba un poco bajoneado y lo invitamos a sumarse a la salida.
Después de comer unas pizzas fuimos a tomar un café a uno de los típicos bares
del barrio, y al salir vimos venir a un hombre algo gastado, de traje y
sombrero y con un violín al cuello.
¡Hernán
Oliva!, dijo mi papá entusiasmado. ¡Es un fenómeno! Mi amigo y yo no sabíamos
quién era, pero él, contador de profesión y músico por adopción, sabía de su talento
y lo admiraba mucho. El viejo se nos acercó con pasos titubeantes; se notaba
que estaba un poco “entonado” por algunos vinos o whiskies. ¿Les toco algo?,
preguntó.
¡Lo que
quiera, maestro!, dijo mi papá. ¿Tango o jazz?, preguntó. ¡Tango! pidió el
contador pianista mientras le deslizaba un billete en el bolsillo chiquito del
saco. Oliva se calzó el violín al cuello y empezó a tocar. Eligió Malena, y empezó a llenar de acordes profundos la calle desierta.
Ese momento fue sublime, a pesar de la tristeza que despertaba que un músico de su prestigio anduviera yirando y tocando por
una limosna. Y así deambulaba por los bares,
tomando y tocando. Y lo hacía cada vez mejor a medida que avanzaba la noche y el alcohol
le iba dando calor a las venas.
Y aún en medio
del clima de nostalgia y una cierta decadencia, esa calle solitaria de adoquines
oscuros se llenó de magia. Había una luna enorme y brillante que parecía querer
asomarse a escuchar con nosotros. Y ahí estábamos los tres solos frente al músico,
emocionados con la melodía triste, melancólica y bella que nos regalaba en esa noche
de otoño.
Era Hernán Oliva, el violinista errante, al que le gustaba tocar por la calle. Esas mismas veredas donde fue hallado muerto en 1988, casi a los 75, abrazado al estuche de su eterno compañero de aventuras.
Era Hernán Oliva, el violinista errante, al que le gustaba tocar por la calle. Esas mismas veredas donde fue hallado muerto en 1988, casi a los 75, abrazado al estuche de su eterno compañero de aventuras.
Lindísimo cuento de una mujer nada común!
ResponderEliminarUn gran maestro. Hernan. Son esas historias que me parece recordar, a pesar de no habela vivido. Buenisimo
ResponderEliminarUn gran maestro. Hernan. Son esas historias que me parece recordar, a pesar de no habela vivido. Buenisimo
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