Apollo al horno con papas



Me acabo de dar cuenta de que siempre fui una gordita que piensa en la comida. Cada vez que trato de recordar una fecha determinada o tengo que hacerlo en algún ejercicio de introspección, se me viene a la mente la tarde que comimos tal cosa o la noche que nos juntamos para ver una película y comer tal otra. En un Curso de la Abundancia, por ejemplo, teníamos que recordar una tarde en la que nos hubiéramos sentido plenamente felices. Una de las chicas recordó la tarde en que se casó, el paseo con su flamante marido por una plaza y las flores que había regalado. La gordita, en cambio, recordó esa vez que fue al centro a buscar a su abuelo a la oficina, y la vuelta en auto por la Costanera ¡feliz porque los esperaban los zapallitos rellenos de la abuela!

Y el día de la llegada del hombre a la Luna no escapa al caso. Ese día habían ido a casa mis tíos con sus dos hijas, para ver en familia el alunizaje. Era el mes de julio de 1969; nosotras teníamos 7, 5 y 3 años y no entendíamos mucho sobre la importancia de ese acontecimiento aburrido.  

Cerca de las 20.30 se produjo el milagro, y aunque nos insistían diciendo “miren, miren” cada dos segundos, nosotras estábamos más interesadas en las porciones de pizza que comíamos con la mano y directamente de la caja. Las 3 cajas estaban apiladas sobre la mesita ratona junto al televisor; una pizza de muzzarella con aceitunas verdes, otra con cebolla y queso y una tercera con jamón, muzzarella, morrones y aceitunas. Cerveza para los grandes, Fanta para nosotras.

Cerca del final de la transmisión, algo pasó que cambió drásticamente el panorama. Laurita, la de 3 años, se había atragantado con una aceituna y tenía dificultades para respirar. Y ya no recuerdo nada más: directamente se me aparece otra escena, como cuando en las películas hacen un cambio de plano. Estábamos en el Hospital de Niños, en un pasillo con dos vitrinas llenas de objetos: el brazo de una muñeca, monedas de todo tipo de color y tamaño, alfileres de gancho, dedales, dados, botones ¡y hasta una ranita de plástico!
“Son todas las cosas que tuvieron que sacarle a los nenes que se atragantaron”, nos explicó mi papá. Nunca me había imaginado que alguien podría comerse el brazo del bebé de Pamela Primeros Pasos… pero pasaba. Todavía recuerdo muy bien la impresión, la sensación de peligro y esa revelación inesperada. Además de la pizza y los zapallitos, parece que hay chicos que tienen otras preferencias.




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