Marrakesh para armar



Era mi primera vez en un boliche para mayores de 18, y se entraba mostrando el DNI. Con mis 16, me había animado a ir con la cédula de la hermana mayor de mi compañera de banco, y por esa noche fui Daniela Lucía Gáldiz. 

Las tres parejas llegamos a la Galería del Este, donde un portero negro, alto y elegante, franqueaba la puerta con un saco con solapas de raso, camisa blanca y moño. Nos miró largamente a todos y pidió ver mi documento. Le extendí “mi” cédula, la revisó de los dos lados, me miró, lo miré. Sentí que me transpiraban las manos e hice gran esfuerzo para tratar de  conservar una actitud neutral. Finalmente me devolvió el documento y nos indicó que podíamos pasar.



Bajamos una gran escalera curva y alfombrada, contra una pared cubierta de espejos hasta desembocar en un salón poco iluminado, donde había humo y olor a perfume y alcohol. Nos zambullimos en unos sillones y me quedé descansando después de ese momento de tensión.

Yo estaba con Gonzalo ¡al fin me había invitado a salir! Mis amigas sabían bien cuánto me gustaba, las semanas que esperé su llamada… hasta inventé un encuentro “casual” a la salida de su clase de tae-kwondo, no vaya a ser que se olvidara de mí…

La música empezó a sonar más fuerte y salimos todos a bailar. La pista tenía tres bolas de espejos, luces de colores, y un humo mentolado que salía del piso. Teníamos que hablarnos al oído y casi a los gritos porque el ruido era intenso, y en cada aproximación yo disfrutaba del perfume especiado de Gonzalo y de su pelo lacio rozando mi cara. Al rato nos sentamos y pudimos hablar más normalmente, del club, de amigos en común, de las vacaciones… en cada respuesta yo intentaba decir algo canchero, para que él tuviera la mejor impresión de mí. Era agotador y desafiante a la vez, pero la noche pasó rápido entre charlas, baile y un par de tragos.

Nos apiñamos los seis en el auto, él iba a mi derecha en el asiento trasero. El viaje fue excitante: todo el tiempo me llegaba su perfume y yo disfrutaba del contacto de su pierna bien pegada a la mía, gracias a la ausencia de espacio. Quería que ese momento no terminara nunca. Solo me preocupaba que fuera muy tarde, dos horas después de lo que tenía permitido en casa. Doblamos en la esquina y nos fuimos acercando hasta mi casa...

Suceso 1: Saludé a todos y a él intenté darle un beso para despedirnos que apunté a su mejilla. El hábilmente giró la cara y el beso terminó en su boca. Con una puntada en la panza, causada por la sorpresa y la emoción, me bajé rápido y entré al palier. Subí en el ascensor como flotando, y así seguí hasta dormirme, recordando y disfrutando el aroma del perfume que se me había pegado en la piel.

Suceso 2: Ni bien llegamos al edificio todos pudieron ver a mi mamá en camisón, esperándome en el palier con cara de pocos amigos. Me bajé rápido del auto, y ni bien entré me agarró de una oreja y me metió en ascensor.  Subi con una puntada en la panza, causada por la bronca y la vergüenza. No podía dormirme pensando en el papelón, que volvía una y otra vez con cada aire de perfume especiado que se me despegaba de la piel.

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